AUTÉNTICA DEMOCRACIA Y APOYO
A LA FAMILIA
DISCURSO DE SS JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE NICARAGUA
Amadísimos Hermanos en el Episcopado:
1. En este encuentro conclusivo de vuestra visita «ad
limina Apostolorum» siento el gozo de compartir con vosotros la misma fe en
Jesucristo resucitado, que acompaña nuestro caminar y que está vivo y presente
en las comunidades confiadas a vuestro cuidado pastoral. A las Iglesias
diocesanas, que presidís con tanta dedicación y generosidad, dirijo también mi
afectuoso saludo.
Deseo expresar mi gratitud al Señor Cardenal Miguel Obando
Bravo, Arzobispo de Managua y Presidente de la Conferencia Episcopal, por las
amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Al mismo tiempo, me uno
a vuestras preocupaciones y anhelos, rogando a Dios, rico en misericordia, que
esta visita a Roma sea fuente de bendiciones para todos los sacerdotes,
religiosos, religiosas y agentes pastorales que colaboran abnegadamente con
vosotros en el trabajo apostólico en medio del querido pueblo nicaragüense.
La reunión de hoy me hace recordar la segunda visita
pastoral a Nicaragua en febrero de 1996, tan deseada por mí, al viajar a vuestra
patria como apóstol del Evangelio y peregrino de esperanza. Fue la ocasión para
un nuevo encuentro, más auténtico y libre, de los católicos nicaragüenses con el
Papa.
2. Me complace conocer la proyección pastoral que se
ha dado a los Sínodos diocesanos de Managua y de Estelí, y saber, además, que
las otras diócesis se están preparando para iniciativas similares. La
celebración de estas asambleas ayuda a cada Iglesia particular a tomar
conciencia de que se encuentra en perenne estado de misión y ha de impulsar la
nueva evangelización, incrementando de la formación cristiana de todos sus
miembros y atendiendo también a la promoción humana. En efecto, emprender una
catequesis renovada e incisiva que ilumine la fe profesada, así como fomentar
una liturgia más participada que ayude a vivirla y celebrarla de todo corazón,
son retos ineludibles para que todos los creyentes caminen hacia la santidad y
para acercar al Evangelio a aquéllos que se han alejado o se muestran
indiferentes ante su mensaje de salvación.
Nueva evangelización
La Iglesia se siente interpelada continuamente por el
mandato de Jesús para anunciar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15), lo
cual debe comprometer a las fuerzas vivas de cada Iglesia particular para que el
anuncio llegue a todos los ámbitos de la vida humana. Para ello, el mensaje debe
ser claro y preciso: el anuncio explícito y profético del Señor resucitado,
realizado con la «parresía» apostólica (cf. Hch 5,28-29; «Redemptoris missio»,
45), de suerte que la palabra de vida se convierta en una adhesión personal a
Jesús, Salvador del hombre y del mundo. En efecto, «urge recuperar y presentar
una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un
conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un
conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus
mandamientos, una verdad que ha de hacerse vida» («Veritatis splendor», 88).
3. Vuestro ministerio pastoral ha de tener como objetivo primordial
procurar que la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el hombre penetren aún más
profundamente en todos los estratos de la sociedad nicaragüense y la
transformen, pues «no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncia el
nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de
Nazaret, Hijo de Dios» («Evangelii nuntiandi», 22). Sólo así podrá llevarse a
cabo una evangelización «en profundidad y hasta sus mismas raíces» (ibídem, 20).
Avanza la secularización
Esta labor, no exenta de dificultades, se desarrolla
en medio de un pueblo de corazón noble, de espíritu abierto y acogedor de la
Buena Nueva de las bienaventuranzas. Es cierto que en Nicaragua se dejan sentir
también los síntomas de un proceso de secularización en el que, para muchos,
Dios ya no representa el origen y la meta, ni el sentido último de la vida.
Pero, en el fondo, este pueblo, como sabéis muy bien, tiene un alma
profundamente cristiana. Prueba de ello son las comunidades eclesiales vivas y
operantes, donde tantas personas, familias y grupos, a pesar de la escasez de
sacerdotes, se esfuerzan por vivir y dar testimonio de su fe. En este sentido es
digna de mencionar la labor incansable de los Delegados de la Palabra y de los
Catequistas, los cuales han mantenido viva la fe del pueblo. Es necesario
acompañarlos y ofrecerles una formación teológica y pastoral permanente. Esta
prometedora realidad hace esperar que surjan nuevos apóstoles que respondan «con
generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo»
(«Redemptoris missio», 92).
La familia, objetivo primordial
4. La nueva evangelización, con sus nuevos métodos y
nuevas expresiones, tiene en la familia un objetivo primordial. En las
«Conclusiones» de la Conferencia de Santo Domingo se afirmaba que «la Iglesia
anuncia con alegría y convicción la buena nueva sobre la familia en la cual se
fragua el futuro de la humanidad» (n. 210). La familia es la «iglesia
doméstica», sobre todo cuando es fruto de las comunidades cristianas vivas, que
hacen surgir jóvenes con verdadera vocación al sacramento del matrimonio. Las
familias no están solas ante los grandes desafíos que deben afrontar; la
comunidad eclesial les da apoyo, las anima en la fe y salvaguarda su
perseverancia en un proyecto cristiano de vida sujeto frecuentemente a tantas
vicisitudes y peligros.
La Iglesia facilita así que la familia sea un ámbito
donde la persona nace, crece y se educa para la vida, y donde los padres, amando
con ternura a sus hijos, los van preparando para unas sanas relaciones
interpersonales que encarnen los valores morales y humanos en medio de una
sociedad tan marcada por el hedonismo y la indiferencia religiosa.
Al mismo tiempo, la Comunidad eclesial, en
colaboración con las instancias públicas de la Nación, velará por preservar la
estabilidad de la familia y favorecer su progreso espiritual y material, lo cual
redundará en una mejor formación de los hijos para la sociedad. Por ello, es de
desear que las Autoridades de vuestro amado País cumplan cada vez más
adecuadamente con sus apremiantes obligaciones en favor de las familias. Así lo
puse de relieve en el «Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz», de 1994: «La
familia tiene derecho a todo el apoyo del Estado para realizar plenamente su
peculiar misión» (n. 5).
No ignoro las dificultades que la institución
familiar encuentra también en Nicaragua, especialmente respecto al drama del
divorcio y del aborto, así como a la existencia de uniones no acordes con el
designio del Creador sobre el matrimonio. Esta realidad es un desafío que ha de
estimular el celo apostólico de los Pastores y de cuantos colaboran con ellos en
este campo.
Vocaciones sacerdotales
5. Una de vuestras principales preocupaciones son las
vocaciones sacerdotales, ya que el número de presbíteros es insuficiente para
las necesidades de cada diócesis. Como señalé en la apertura de la IV
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, «condición indispensable
para la Nueva Evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y
cualificados. Por ello, la promoción de las vocaciones sacerdotales y
religiosas... ha de ser una prioridad de los Obispos y un compromiso de todo el
Pueblo de Dios» («Discurso inaugural», Santo Domingo, 12-X-1992, n. 26).
Pido fervientemente al Dueño de la mies que a
vuestros seminarios, que han de ser como el corazón de las diócesis (cf.
«Optatam totius», 5), acudan numerosos candidatos al sacerdocio que puedan un
día servir a sus hermanos como "ministros de Cristo y dispensadores de los
misterios de Dios" (1 Co 4,1). Además de proporcionarles una formación integral,
se requiere un profundo discernimiento sobre la idoneidad humana y cristiana de
los seminaristas, para asegurar, del mejor modo posible, el digno desempeño de
su futuro ministerio. Permitidme que, por vuestro medio, les envíe un afectuoso
saludo. Decidles que el Papa espera mucho de ellos, confiando en su generosidad
y fidelidad al llamado del Señor.
La escasez de personas comprometidas en el apostolado
obliga a reforzar aún más los lazos de caridad entre el Obispo y sus sacerdotes,
pues «la fisonomía del presbiterio es la de una verdadera familia» («Pastores
dabo vobis» 74). Se ha de hacer, pues, todo lo posible por organizar el
presbiterio como «fraternidad sacramental» («Presbyterorum Ordinis», 8), que
refleje la vida de los Apóstoles con Jesús, tanto en el seguimiento evangélico
como en la misión. Si los jóvenes ven que los presbíteros, en torno a su Obispo,
viven una verdadera espiritualidad de comunión, dando testimonio de unión y
caridad entre sí, de generosidad evangélica y disponibilidad misionera, sentirán
mayor atracción por la vocación sacerdotal. Por eso, es de suma importancia que
el Obispo preste singular atención a sus principales colaboradores,
especialmente los sacerdotes, siendo ecuánime en el trato con ellos, cercano a
sus necesidades personales y pastorales, paternal en sus dificultades y animador
constante de su actividades y desvelos.
Evangelizar la cultura
6. En vuestro ministerio episcopal muchos de estos
retos pastorales están estrechamente relacionados con la evangelización de la
cultura. Es importante favorecer un ambiente cultural propicio, que posibilite
la promoción de los valores humanos y evangélicos en toda su integridad. Para
ello hay que «transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio,
los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las
fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en
contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación» («Evangelii
nuntiandi», 19).
El ámbito de la cultura es uno de los «areópagos
modernos», en los que ha de hacerse presente el Evangelio con toda su fuerza
(cf. «Redemptoris missio», 37), y para ello no puede prescindirse de los medios
de comunicación social. La radio, las producciones televisivas, los videos y las
redes informáticas pueden ser de gran utilidad para una amplia difusión de los
valores del Evangelio.
Por lo que se refiere a las escuelas y a la
Universidad Católica, es necesario que estas instituciones mantengan bien
definida su propia identidad, pues de ello depende, en gran medida, que la
cultura de vuestra Nación esté vivificada por los valores evangélicos. A este
propósito, es de desear que las instituciones de inspiración cristiana promuevan
realmente la civilización del amor, sean factores de reconciliación y fomenten
la solidaridad y el desarrollo, manifestando abiertamente la primacía de la
belleza, del bien y de la verdad.
Católicos y política
7.
Esta tarea atañe especialmente a los laicos, ya que es propio de su misión «la
instauración del orden temporal, y que actúen en él de una manera directa y
concreta, guiados por la luz del Evangelio y el pensamiento de la Iglesia, y
movidos por el amor cristiano» («Apostolicam actuositatem», 7). Por ello, es
necesario proporcionarles una formación religiosa adecuada, que les capacite
para afrontar los numerosos retos de la sociedad actual. A ellos corresponde
promover los valores humanos y cristianos que iluminen la realidad política,
económica y cultural del País, con el fin de instaurar un orden social más justo
y equitativo, según la Doctrina
Social de la Iglesia. Al mismo tiempo, en
coherencia con las normas éticas y morales, han de dar ejemplo de honestidad y
de transparencia en la gestión de sus actividades públicas, frente a la solapada
y difundida lacra de la corrupción, que a veces alcanza las áreas del poder
político y económico, además de otros ámbitos públicos y sociales.
Los
laicos, individualmente o legítimamente asociados, han de ser fermento en medio
de la sociedad, actuando en la vida pública para iluminar con los valores del
Evangelio los diversos ámbitos donde se fragua la identidad de un pueblo. Desde
sus actividades diarias, han de «testificar cómo la fe cristiana... constituye
la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida
plantea a cada hombre y a cada sociedad» («Christifideles laici», 34). Su
condición de ciudadanos, seguidores de Cristo, no ha de conducirlos a llevar
como «dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida «espiritual», con
sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida «secular», es decir, la
vida de la familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso
político y de la cultura» (ibíd., 59). Al contrario, han de esforzarse para que
la coherencia entre su vida y su fe sea un elocuente testimonio de la verdad del
mensaje cristiano.
Esto adquiere ahora una particular atención ante las
próximas elecciones generales en vuestro País. A este respecto, como Pastores de
vuestras Comunidades eclesiales, habéis publicado la Exhortación «Para la
Libertad nos liberó Cristo Jesús» (Gal 5,1), en la cual invitáis a toda la
población a ejercer sin ambages el derecho y el deber del voto, pensando en el
bien de la Nación. Asimismo, les orientáis con gran acierto a elegir unas
opciones democráticas que garanticen «la concepción cristiana del hombre y de la
sociedad», la cual «pasa ineludiblemente por los derechos fundamentales de la
persona» en todos sus aspectos (n. 8), frente a cualquier forma de
«totalitarismo visible o encubierto» (n. 15). Espero vivamente que la mencionada
consulta popular se desarrolle en el respeto recíproco, con orden y
tranquilidad, según los principios éticos de sana convivencia ciudadana.
8. Junto con vosotros, quiero encomendar todas estas
propuestas y anhelos a la Purísima Concepción, advocación con la que honráis a
vuestra Madre y Patrona de la Nación, para que siga acompañando vuestra labor
pastoral. Bajo su intercesión confío mis plegarias, a la vez que os imparto mi
Bendición Apostólica, que extiendo de corazón a vuestras Iglesias particulares,
a sus sacerdotes, comunidades religiosas y personas consagradas, así como a los
fieles católicos de Nicaragua.
Roma, 20 de septiembre de 2001